jueves, 6 de marzo de 2008

Band of gold

nocturnas 029tony

Hace mucho que no subo a pasear por aqui arriba de noche.

He retomado el libro que una vez Isabel perdio deliberadamente despues de pedirmelo y leerlo y quizas asustada por las anotaciones a lineas y paginas que yo tenia puesto en el.
Bueno es que ella ha sido siempre mas que una amiga (gran amiga) como una especie de madraza y como quiera que acababa de terminar mi historia con Elvira, supuso (mal supuesto, claro) que dado mi estado de animos lo mejor que hacia era hacer desaparecer el libro.
Estuvo todo el verano y luego parte del invierno dandome largas acerca de donde habia puesto el libro.
Bien, yo para dejar libros o discos soy un tanto maniatico, me gusta que a parte de que se traten con un cuidado exquisito deseo que pronto vuelvan a estar en mi poder lo antes posible.

Ni que decir tiene que el libro en cuestion no aparecio jamas, como ya anticipaba anteriormente. Y teniendo en cuenta que este libro lo compre ese fatidico año de nuestra separacion, llovio mucho hasta que años despues pude hacerme con un nuevo ejemplar, pues parece ser que habia sido descatalogado, o por lo menos no daban con el.

He puesto esta cancion mientras, como tantas otras veces que he subido a la Villa y no, no me canso de escucharla. Vuelvo una y otra vez a ella como si un encanto extraño la hiciera aparecer cada cierto tiempo.




Lecturas:

Cuando era adolescente me prometí ser fiel a la juventud. Un día intenté cumplir mi palabra.
Odiaba y temía la vejez. Este sentimiento procedía de mis primeros años. Los niños conocen a los viejos mejor que los adolescentes y los adultos. Viven muy cerca de ellos, en la promiscuidad familiar. Observan. Sienten los efectos más molestos de la edad. Cuanto más quieren a sus abuelos, más sufren al verles ir perdiendo facultades poco a poco. Tomé mucho más cariño al abuelo y a la abuela con los que vivía que a mi padre y a mi madre, y asistir a su decrepitud progresiva fue para mí uno de los primeros desastres. Esa fue la raíz de mi resolución.

Más adelante, cuando fui capaz de ir acumulando mis observaciones unas sobre otras y de ir prolongándolas en inducciones más lejanas, comprendí que si un hombre quería escapar de los inconvenientes de la edad, tenía que ponerse en guardia con tiempo suficiente para no dejarse ganar por sus primeras insinuaciones, que son imperceptibles.
Ese es el terrible rasgo de la vejez: nos da en seguida una ligereza de espíritu que nos permite aceptar como algo natural un cercenamiento de los sentidos y del corazón que antes considerábamos como un monstruoso deterioro. De manera que cuando se declara este estado de ánimo, el desgaste del ser es ya tal que no quedan ni tiempo ni fuerzas para interrumpir el proceso aunque se quiera. Saqué, pues, la conclusión de que era preciso morir pronto para no entrar de ninguna manera en ese estado de cansancio en que la indulgencia y el abandono están a punto de germinar. Se me metió en la cabeza que debía morir antes de cumplir los cincuenta años.
La fijación de esta edad se debía a un pretexto bastante fortuito.




Musicas:





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